EL LORITO de Esteban Torres Sagra
Con la edad he ido perdiendo la memoria y el buen humor.
Lo olvido todo -hasta esa pequeña satisfacción del tempranillo que solía beberme a sorbos- y me exaspera cualquier cosa.
Mis hijas me han regalado un loro para que me haga compañía en el cortijo y yo, sin afearles la ocurrencia, me he afanado en buscarle utilidad.
Le he enseñado a decir “vino” y, cada vez que lo pronuncia, que es a menudo, me recuerda la liturgia que había abandonado.
Mis hijas se ufanan de su acierto y achacan a su compañía -no sin razón- mi mejora de carácter.